El panteón de todos los dioses



Durante este verano ha tenido lugar en el mismo corazón de Sevilla una lucha épica merecedora de un cantar de gesta posmoderno, una serie de HBO o, bueno, no exageremos, pero al menos podría convertirse en una de esas leyendas que los padres sevillanos cuentan a sus hijos. En esta confrontación se situaba de un lado, ondeando banderines pintados de poemas, portando escudos hechos de viñetas y cabalgando a lomos de libros, la librería Caótica. Del otro lado, vomitando llamaradas de desahucios y cargando las catapultas con subidas de alquiler, se encontraba el cinismo del mercado inmobiliario. Y a pesar de lo desigual que se planteaba la batalla, los jinetes lectores acudieron a la llamada y cabalgaron contra los dioses de lo previsible logrando defender su templo.

Las librerías son los templos de nuestra civilización. En ellas no se rinde culto a ningún falso dios, ni a ningún mesías o héroe en concreto. En las librerías se rinde culto a todos ellos. A todos nosotros. Las librerías son nuestro auténtico panteón, el templo de todas las mentes. Todos nuestros dioses, todos esos seres que controlan y condicionan nuestra vida tienen un espacio de culto en una librería. Los dioses del cinismo y los de la ingenuidad; los dioses del hedonismo y el ascetismo; dioses de la diversidad y de la jerarquía; los dioses de la competición y los de la cooperación; las deidades mayores de la imaginación, la fantasía y también el cartesianismo. Todos han sido creados por nuestras mentes y todos son venerados por unos o por otros y han entrado y forman parte del panteón.

Los dioses, las ideas, las mentes o los libros no son buenos ni malos. Así que leer no es una actividad más noble o benéfica que otras. Lo que sí que es la lectura es un hecho esencialmente humano. Si hay algo que nos defina como especie es nuestra capacidad de invadir con nuestra mente fragmentos de la mente de los demás. Imaginamos lo que los demás piensan, sienten o desean y actuamos en consecuencia. Pensamos lo que los demás puedan estar pensando. Nos unimos al descubrir que el otro piensa igual que uno, y si algún progreso es posible, es solo el que se alcanza a través de la unión de las mentes. ¿Y qué es un libro si no un trozo de la mente de alguien? ¿Y qué es leer si no darnos un paseo por esa mente, que no es la nuestra, pero de alguna manera acaba formando parte de la nuestra? Pura humanidad: promiscuidad mental incontrolable.

Y es cierto que ésta no es la primera ni será la última de las luchas de los libros y sus templos por permanecer. Los libros llevan años librando batallas, pero no tantas en la guerra con frecuencia mencionada entre lo limitado del soporte material que son los ejemplares impresos frente a la ilimitada y sofisticada capacidad de lo digital. Pienso que esa guerra se ganó con el mero surgimiento de los libros, nacidos para ser el receptáculo material de algo intangible: el pensamiento. Su misión sigue siendo hoy en día la misma. Quizás la mente humana esté actualmente en proceso de expansión gracias a lo digital. Los libros y textos que han cumplido esa misión: enciclopedias, atlas, diccionarios, manuales, revistas científicas, etc., sí que acabarán desapareciendo. Pero esos otros ejemplares que vemos en las estanterías de las librerías, esos que hojeamos, olemos y sopesamos: las novelas, poemarios, cómics o ensayos, no pretenden ser un mero soporte para lo que no puede albergar nuestra mente, sino que son el hecho material que da consistencia sensorial a los retazos de mente humana a los que en un momento dado queremos rendir culto. Son el tacto, la vista o el olor que añadimos en la comunión, el coito o la fusión de nuestra porción de mente humana con esos selectos trozos de mente de otros seres humanos. Y son también el fetiche, el exvoto, el trofeo de caza que luce en nuestras estanterías para ostentar lo que hemos leído, lo que ha sido conquistado por nuestra mente, las historias de las que hemos formado parte, las visiones que ahora son nuestras, la mente que ahora es nuestra.  Y eso, de momento, no es sustituible por un ebook.

La verdadera guerra de los libros y sus templos es más abyecta que esa. Como hemos visto en el caso de Caótica, y ya se vivió en Sevilla también en el lamentable final de Céfiro o las bravas peleas de La Extra-Vagante o El gato en bicicleta: el turismo, la globalización y las compras por Internet están redefiniendo las ciudades y son los más poderosos contrincantes de los pequeños panteones de los libros. Y es que el capitalismo ha domeñado a estos lugares y el consumismo se puede jactar de sobrevolar en círculos amenazantes sobre las librerías, como sobre cualquier ser que hoy en día decida vivir en sociedad sin renunciar a su humanidad. Pero el poder pagano de los dioses encerrados en una librería es tan ancestral y primario que al entrar en la mayoría de estos templos aún se puede respirar cierto aire de libertad, como si el mismísimo dios del crecimiento económico se sintiera débil entre anaqueles y frases apiladas. Y por eso el zafio principio evolutivo de la economía: solo el más rentable sobrevivirá, amenaza con sustituir los panteones por franquicias y apartamentos turísticos.  

Así que solo la épica y la fe en los viejos dioses es lo que está logrando que, por ahora, en Sevilla exista un buen puñado de panteones relevantes, con una situación que hubiéramos creído mucho peor una década atrás: No sólo Caótica, también están Nostromo, Cards and Comics, Verbo, Botica de Lectores, Palas, Banana Cómics, Reguera, La Fuga, El Gusanito Lector, Rayuela, Casa Tomada, Isla de Papel… El mantenimiento de estos centros de la libertad no debería ser a base de épica y batallas imposibles. Las huestes de jinetes lectores no tendríamos que recurrir a cabalgatas a vida o muerte si honráramos con la frecuencia debida a nuestros dioses y no cayéramos en determinadas idolatrías a domicilio. Franquicias habrá, pero de todos nosotros depende que haya solo franquicias, o también templos para el pensamiento. Porque una web puede ser una librería, pero nunca un templo.