Inevitablemente europeos

Foto: José María Maesa basada en el Duomo de Milán


 La Europa que queda dibujada por los medios de comunicación, o la idea que de ella se tiene en general es a la de un ente etéreo, frágil, en permanente riesgo de disolución entre las incuestionables naciones que la componen. Europa parece ser las migajas de soberanía que los milenarios estados del continente han cedido para prosperar un poco más.

Yo diría que la realidad está más próxima a ser justo lo opuesto. Son las naciones las que son una invención. España, Francia, Alemania o cualquier otra nación son ficciones que aprovechan ciertos patrones culturales, lingüísticos y viejas historias dinásticas para legitimar a los estados, existentes en la mayor parte de los casos, pero otras en proceso. Por el contrario, la organización social llamada Europa es una realidad incontestable desde hace mil años. 

Europa es una fuerza de la naturaleza, es un virus que provocó una pandemia. La enfermedad asociada es insidiosa, persistente y tiende a complicarse. Es un patógeno temible, pues su huésped último, la humanidad, se fortalece con la infección. No así los individuos humanos de los que está constituida la humanidad, que a menudo salieron perjudicados. Salvo sus élites, claro.

La enfermedad, el fenómeno natural, comenzó en algún momento de la Alta Edad Media a partir de una heterogénea suma de tendencias sociales y grupos humanos interaccionando. Hicieron falta mil años para evolucionar desde el pillaje vikingo al sistema capitalista. Y desde la extorsión del señor feudal a la democracia occidental.

Al comienzo la mayor parte de Europa era ajena al civilizador Mediterráneo y se configuraba como un apéndice frío, montañoso, distante y salvaje, mientras el resto del cuerpo asiático soportaba ya varios estratos de imperios. Gente nueva que vino del norte y del este aprendieron a extraer lo mejor de la feraz tierra de llanuras y cuencas de ríos, y hasta desterraron a los dioses que habitaban en la oscuridad de los viejos bosques. El eco y las leyendas del antiguo Imperio y sus poderosos señores inflamaron el ánimo de los caudillos que se hicieron ungir como reyes taumaturgos e incluso llegaron a coronarse como nuevos emperadores.

Esos reyezuelos, habitantes de burdas fortalezas en riscos, señores de ovejas y campos, osaron golpear las murallas de los reinos más allá de sus límites, los cuales eran sabios y civilizados. Y no una, sino en varias ocasiones lograron derribarlas. Alfonso VI lo consiguió en Toledo. Los cruzados en Jerusalén y Constantinopla. Los sabios de Toledo, Averroes, el saber milenario de Bizancio, la Escuela de Atenas, la sabiduría de Bagdad, de Persia, de India y de China fluyeron hasta el corazón de Europa. Mientras, los mezquinos señores extraían las riquezas de la tierra a través de las venas de los campesinos europeos. La nueva torre helicoidal de Babel creció como una catedral, más grande que las propias ciudades, alimentada por el dinero de todos amasado por pocos, la sabiduría de otros y la ambición de reyes, emperadores y papas. Así surgieron la catedral de Chartres, la cúpula de la catedral de Florencia y el Escorial. Así surgió la Novena de Beethoven, el Quijote, Hamlet o el Proceso. Las Meninas son Europa, y Europa es el mundo. Geografía más humanidad más tiempo han creado la ciencia moderna, las Variaciones Goldberg y los versos de Lorca.        

La cultura europea es una placenta, es un sistema nervioso que conecta los setecientos millones de células que constituyen el vástago de Asia que nos ha lanzado al futuro. Progreso, otro invento de la humanidad pergeñado en la placenta europea. El virus viajó en carabelas, en galeones, en barcos de vapor e infectó y mató otros apéndices de la humanidad, que al morir se descompusieron y se metamorfosearon en diferentes Europas. Globalización. Infección. Todos somos Europa.

No hay nada especial en el continente europeo. No hay nada destacable ni claramente diferenciador en sus habitantes. Somos seres humanos. Neuronas unidas por el sistema nervioso europeo, que está unido al mundial. Europa es un evento emergente de la humanidad. De toda la humanidad. Ahora ya, todos estamos infectados por el mismo virus. Un patógeno nos infecta a todos. Todos los infectados generamos el evento.

¿Qué sucederá con Europa ahora que su virus se ha esparcido? Hoy en día Europa sigue siendo el mismo extraño objeto compuesto e inseparable. El Brexit, la ultraderecha, la crisis del 2008, la pandemia del 2020 o la demagogia no pueden acabar con la primera cepa del fenómeno. Quizás pongan en riesgo a la Unión Europea, una capa cutánea y artificial, un mero reflejo del ente orgánico e independiente de las decisiones de los europeos que es Europa. Existe una cohesión europea a prueba de explosiones demográficas, invasiones, holocaustos, pandemias y vaivenes nacionalistas. Los habitantes de sus componentes siguen creyéndose esencialmente diferentes unos de otros y definidos más por las accidentales fronteras que por el único organismo del que forman parte. Europa es invulnerable al Brexit. Europa es inmune a que sus habitantes se consideren o no europeos. Europa existe y existirá a pesar de los europeos. Mientras la cultura y las ideas llenen las arterias del continente, que las banderas, los himnos y las selecciones de fútbol sean ridículamente importantes para sus habitantes no afectará a lo esencial. Quizás sentirnos españoles, franceses, catalanes o ingleses cumpla una misión. Tal vez Europa solo funcione bien si nadie se percata de que lo que realmente somos todos es europeos.

 

Referencias:

·         El milagro europeo: Entorno, economía y geopolítica en la historia de Europa y Asia. Eric L. Jones.

·         La época de las catedrales. George Duby.

·         Milenio: El fin del mundo y el origen del cristianismo. Tom Holland.